jueves, 30 de octubre de 2008

Viajar

Al igual hay que hay gente que viajando puede leer, también hay gente que leyendo puede viajar. Imaginad viajar con el Principito, de su mano cogidos, viendo a la caprichosa rosa. Atravesad el colorido bosque lleno de magia, hechizo y amor con Rubén Darío y su mitológico reparto.


En el comer, que es algo mucho más que alimentarse, uno percibe sensaciones palpables, un crujir, una melosidad, un contraste. Esto, puede derivar en cualidades como la elegancia, el equilibrio o el mismísimo cariño (fundamental virtud gastronómica). Y aquí, en pleno goce sensorial e intelectual, surge la imaginación. Deliciosa transgresión de la realidad que nos puede llevar por el Mediterráneo, en un pequeño pesquero, saboreando un suquet, mientras una suave brisa nos refresca de un sol que casi pica. Quizás un manjar blanco, claro ejemplo de la gastronomía europea previa a la conquista del Nuevo Mundo, nos acerque a Italia, y además, si se quiere, en pleno Renacimiento, mientras la luz que entra por el óculo del Panteón de Roma ilumina nuestro espíritu. El poder de la imaginación no tiene límites.


La comida puede darnos mucho más de lo que vemos y creemos. El mundo es un continuo intercambio de sensaciones y cada uno lo siente a su manera. Y es en las sensaciones que percibimos, en lo intangible, donde se encuentra el autentico valor de las cosas.

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